-
-
-
-
-
-
Marijuán. ¿Dejó tu padre algún dinero?
- Nada- respondió - no ha dejado nada. Durante su enfermedad trabajaba muy poco.
- Bien, muy bien - dije yo - . Con eso podéis recibir el plus que nos dan ahora y la ración que me toca todos los días. No hay que apurarse. Tú serás madre de tus hermanos, y yo seré su padre, porque estoy decidido a ahorcarme contigo. Ea, dejarse de lloriqueos; Siseta, yo te quiero. Tal vez creerás tú que yo no tengo tierras. ¡Qué tonta! Si vieras qué dos docenas de cepas tengo en la Almunia; si vieras qué casa... sólo le falta el techo; pero es fácil componerla, sin fabricarla toda de nuevo. Con que lo dicho, dicho. En cuanto se acabe este sitio, que será cosa de días a lo que pienso, venderás los cachivaches de la herrería, me darán mi licencia, pues también se concluirá la guerra; pondremos sobre un asno a la señora Siseta con Gasparó y Manalet, y tomando yo de la mano a Badoret, camina que caminarás, nos iremos a ese bajo Aragón, que es la mejor tierra del mundo, donde nos estableceremos.
Una vez que desembuché este discurso, volví al taller, con objeto de examinar las herramientas, y todo aquel mueblaje me pareció de poquísimo valor. La huérfana después que me oyera, sin decir cosa alguna, púsose a arreglar los trastos ordenando todo con hábil mano y a limpiar el polvo. Los chicos me rodearon al punto, corriendo precipitadamente a traer sus cañas, palos y demás aparatos de guerra, viéndome yo obligado en razón de esta diligencia a recomendarles gran celo en el servicio de la patria y del rey, pues bien pronto, si los franceses apretaban el cerco, Gerona necesitaría de todos sus hijos, aun de los más pequeñitos. Por último, después que durante media hora pusieron armas al hombro y en su lugar, cebaron, cargaron, atacaron e hicieron varias descargas imaginarias, pero que retumbaban en el angosto taller, les vi soltar las armas decaído el marcial ardor, y volver a su hermana con elocuente expresión los ojos.
- ¿Qué? - pregunté yo, comprendiendo lo que significaba aquel mudo interrogatorio - . Siseta, ¿no hay qué comer?
Siseta disimulando sus lágrimas, registraba los negros andamios de una alacena, en cuyas cavernosas profundidades la infeliz se empeñaba en ver alguna cosa.
- ¿Cómo es eso? - dije - . Siseta, no me habías dicho nada. ¿Qué me costaría ir al cuartel y pedir que me adelanten la ración de mañana?... ¿Y para qué quiero yo los siete cuartos que tengo ahorrados? Nada, hija; es
preciso no sólo traer lo necesario parahoy, sino también provisiones abundantes, por si escasean los víveres dentro de la plaza. Dicen que ahora nos van a dar dos reales diarios. Ya me figuro lo que harás tú con esta riqueza. Pero no es ocasión de detenerme en habladurías, que estos valientes soldados se mueren de hambre. Toma los siete cuartos: voy al punto por la libreta.
No tardé en volver con el pan, y tuve el gusto de ver comer a mis hijos(desde entonces empecé a darles este nombre). Siseta se mantuvo en los límites de una sobriedad excesiva, y mientras duró el festín les hablé de los grandes acopios de víveres que se estaban haciendo en Gerona, conversación que parecía muy del agrado de los pequeñuelos. En esto el Sr. Nomdedeu, habitante del piso superior de la casa, pasó por delante de la tienda en dirección al portal contiguo. Saludonos afablemente a todos, y después de decir algunas palabras de desconsuelo con motivo de la pérdida del excelente señor Mongat, subió a su casa, rogándome que le acompañara. Yo tenía costumbre de ir todas las mañanas a referirle lo que se decía en los cuerpos de guardia, y estas visitas tenían para mí el doble atractivo de contar lo que sabía y de oír las agradables pláticas del Sr. Nomdedeu, hombre con quien no se hablaba una sola vez sin sacar alguna enseñanza provechosa.
El Sr. D. Pablo Nomdedeu era médico. No pasaba de los cuarenta y cinco años; pero los estudios o penas domésticas, para mí desconocidas, habían trabajado en tales términos su naturaleza que aparentaba mucho más del medio siglo. Era acartonado, enjuto, amarillo, con gran corva en la espina dorsal, y la cabeza salpicada de escasos pelos rubios y blancos, como yerba que nace al azar en ingrata tierra. Todo anunciaba en él debilidad y prematura vejez, excepto su mirar penetrante, imagen del alma enérgica y del entendimiento activo. Vivía en apacible medianía, sin lujo, pero también sin pobreza, muy querido de sus paisanos, consagrado fuera de casa a los enfermos del hospital, y dentro de ella al cuidado de su hija única, enferma también de doloroso e incurable mal. Para que ustedes acaben de conocer a aquel apacible sujeto, me falta decirles que Nomdedeu era un hombre de gran saber y de mucha amenidad en su sabiduría. Todo lo observaba, y no se permitía ignorar nada, de modo que jamás ha existido hombre que más
preguntase. Yo no creí que los sabios preguntasen tonterías de las que no ignora un rústico; pero él me dijo varias veces que la ciencia de los libros no valdría nada,si no se cursase el doctorado de la conversación con toda clase de personas.
De su casa poco diré. Era tan humilde como decente. Muchos libros, algunas estampas francesas de anatomía, emparejadas con otras de santos, y bastantes cuadros que ostentaban detrás del vidrio innumerables yerbas secas con sendos letreros manuscritos al pie. Pero lo que principalmente impresionaba mi ánimo al subir a casa del Sr. Nomdedeu era una criatura tierna y sensible, una belleza consumida y marchita, una triste vida que junto a la pequeña ventana abierta al Mediodía quería prolongarse absorbiendo los rayos del sol. Me refiero a la desgraciada Josefina, hija del insigne hombre que he mencionado, la cual, enferma y postrada, se me representaba como las flores secas guardadas por el doctor detrás de un vidrio. Josefina había sido hermosa; pero perdidos algunos de sus encantos, otros se habían sublimado en aquel descendente crepúsculo que iba difundiendo sobre ella las sombras de la muerte. Inmóvil en un sillón, su aspecto era por lo común el de una absoluta indiferencia. Cuando su padre entró conmigo el día a que me refiero, Josefina no respondió a sus caricias con una sola palabra. Nomdedeu me dijo:
- Su existencia de plomo está pendiente de una hebra de seda.
Pronunció estas palabras en voz alta y delante de ella, porque Josefina estaba completamente sorda.
- El profundo silencio que la rodea - continuó el padre - es favorable a su salud, porque siendo su mal un desarrollo excesivo de la sensibilidad, todo lo que disminuya las impresiones exteriores, aumentará el reposo, a que debe esa lánguida y decadente vida. No espero salvarla; y todo mi afán consiste hoy en embellecer sus días, fingiendo que nos hallamos rodeados de felicidades y no de peligros. Desearía llevarla al campo, pero el deber y el patriotismo me obligan a no abandonar el cuidado del hospital, cuando nos amenaza un tercer cerco, que parece va a ser más riguroso que los dos primeros. Dios nos saque en bien. ¿Con que se murió ese pobre Sr. Mongat?
- Sí, señor - respondí - y ahí tiene usted cuatro huérfanos desvalidos que pedirían limosna por las calles de Gerona, si yo no estuviera decidido a quitarme el pan de la boca para dárselo.
- Dios te premiará tu generosidad. Yo también haré lo que pueda por
esos infelices. Siseta parece una buena muchacha, y sube algunas veces a acompañar a mi hija. Dile que venga más a menudo, y hoy mismo encargaré a la señora Sumta que les dé a los hijos de Cristòful Mongat todo lo que sobre enla casa. Pero cuéntame, ¿qué has oído en el cuerpo de guardia? Antes dime lo que ha ocurrido en esa expedición a Santa Coloma de Farnés. ¿Fuiste allá?
- Sí, señor; mas no nos ocurrió nada de particular. Los franceses se nos presentaron en la tarde del 24 de Abril; pero como éramos pocos, y no llevábamos por objeto el batirnos con ellos, sino traer provisiones a Gerona, luego que cargamos los carros y las mulas, nos vinimos para acá con D. Enrique O'Donnell. Los cerdos dominan toda la Sagarra; pero los somatenes les hacen perder mucha gente, y para abastecerse pasan la pena negra. El general francés Pino mandó hace poco un batallón a San Martín en busca de víveres. Al llegar, el coronel pidió al alcalde para el día siguiente de madrugada cierto número de raciones de tocino (porque abundan en aquel pueblo los animalitos de la vista baja); y como el batallón estaba cansado, dioles boletas de alojamiento, distribuyendo a los soldados en las casas de los vecinos. El alcalde aparentó deseo de servir al señor coronel, y al anochecer el pregonero salió por las calles gritando: "Eixa nit a las dotse, cada vehí matarà son porch".
- Y cada vecino mató su francés.
- Así parece, señor, y así me lo contaron en el camino; pero no respondo de que sea verdad, aunque la gente de San Martín es capaz de eso. Luego que hicieron su matanza, escondieron armas, morriones y cuanto pudiera descubrirlos; y cuando se presentó el general Pino trataron de probarle que allí no había estado nadie.
- Sabes, Andrés - me dijo Nomdedeu - que eso parece cosa de cuento.
- Séalo o no - repuse - con estos y otros cuentos se anima la gente. Los cerdos están ya sobre Gerona, y esta mañana les hemos visto en los altos de Costa-Roja. Aquí dentro no somos más que cinco mil seiscientos hombres, que no son bastantes para defender la mitad de los fuertes. De estos el que no se ha caído ya, es porque no se le ha dado licencia. Si Zaragoza, que tenía dentro de murallas cincuenta mil hombres, ha caído al fin en poder del francés, ¿qué va a hacer Gerona con cinco mil seiscientos?
- Ya serán algunos más - dijo Nomdedeu paseándose por la habitación con la inquietud nerviosa y retozona que se apoderaba de él hablando
de las cosas de la guerra - . Todos los vecinos de Gerona toman las armas, y hoy mismo se están formando en el claustro de San Félix las listasde las ocho compañías que componen la Cruzada gerundense. Yo he querido afiliarme; pero como médico, cuyos servicios no pueden reemplazarse, me han dejado fuera con sentimiento mío. También se está formando hoy el batallón de señoras, de que es coronela doña Lucía Fitz-Gerard, ¿la conoces? En verdad te digo, amigo Andrés, que en medio de la pena que causa el considerar los desastres que nos amenazan, se alegra uno al ver los belicosos preparativos que tanto enaltecen al vecindario de esta ciudad.
Mientras esto decíamos, expresándonos uno y otro con bastante exaltación, Josefina fijaba en nosotros sus ojos sorprendida y aterrada, y atendía a nuestros gestos, dando a conocer que los comprendía tan bien como la misma palabra. Advirtiolo su padre y volviéndose a ella, la tranquilizó con ademanes y sonrisas cariñosas, diciéndome:
- La pobrecita ha comprendido al instante que estamos hablando de la guerra. Esto le causa un terror extraordinario.
La enferma tenía delante de sí en una mesilla de pino un gran pliego de papel con pluma y tintero. La escritura servía a padre e hija de medio de comunicación.
Nomdedeu, tomando la pluma escribió:
- Hija mía, no tengas miedo. Hablábamos de las bandadas de palomas que vio ayer Andresillo en Pedret. Dice que mató todas las que quiso y que te traerá un par esta tarde. No, no temas, hija mía, no volverá a haber más sitios en Gerona. Si se ha concluido la guerra. Pues qué, ¿no lo sabías? Esas noticias ha traído el Sr. Andresillo. Verdad que se me había olvidado decírtelo. Estamos en paz. Veremos si mañana puedes salir a dar un paseo por Mercadal. La semana que entra iremos a Castellà. Dice nostramo Mansió que están los rosales tan cargados de rosas... ¿Pues y los cerezos? Este año habrá tanta cereza, que no sabremos qué hacer de ella. He mandado que pongan dos colmenas más, y parece que dentro de un mes la vaca tendrá su cría. A la gallina pintada se le ha puesto una buena echadura con seis o siete huevos de pata. Dentro de diez días los sacará a todos, y dará gusto ver a esa familia.
Luego que esto escribió, volviose a mí el Sr. D. Pablo, y procurando disimular su aflicción, me dijo:
- De este modo la voy engañando, para arrancar su ánimo a la tristeza. Si ella supiera que mi casa de campo con todas las plantas y los animalitos que allí tenía no existe ya... Los franceses no han dejado piedra sobre piedra. ¡Pobre de mí! Rodeado de desastres, amenazado como todos los gerundenses de los horrores dela guerra, del hambre y de la miseria, tengo que fingir junto a esta niña infeliz un bienestar y una paz que está muy lejos de nosotros, y he de ocultar la amargura de mi corazón destrozado, mintiendo como un histrión. Pero así ha de ser. Tengo la convicción de que si mi hija llegase a conocer la situación en que nos encontramos y tuviese conocimiento del bombardeo y de las escaseces que nos amagan, su muerte sería inmediata; y quiero prolongarle la vida todo el tiempo que me sea posible, porque confío en que si algún día Dios y San Narciso resuelven poner fin a las desgracias de esta ciudad, podré salir de Gerona y llevarla a disfrutar la vida del campo, única medicina que la aliviará.
Josefina al concluir de leer el papel, movió tristemente la cabeza en señal de incredulidad, y luego dijo:
- Pues marchémonos mañana a Castellà.
- Este sí que es apuro - me dijo Nomdedeu, tomando la pluma para contestar a su hija - . ¿Qué le voy a decir?
Pero sin detenerse escribió:
- Hija mía, ten un poco de paciencia. El tiempo que parece bueno, está muy malo, y mañana ha de llover. Yo lo conozco por lo que dicen mis libros. Además tengo que hacer en el hospital durante algunos días.
Entonces la enferma, que sin duda se fatigaba hablando o no tenía gusto en pronunciar palabras que no oía, tomó también la pluma, y con rapidez nerviosa trazó lo siguiente:
- Andrés estaba hablando de batallas.
- No, no, corazón mío - repuso el padre, acentuando su negativa con risas y ademanes festivos.
- ¡No, no, señorita Josefina! - exclamé yo a gritos, pues es costumbre instintiva alzar la voz delante de los sordos, aun sabiendo que estos no pueden oír.
- Precisamente - escribió D. Pablo - ahora me estaba diciendo que le van a dar licencia, porque ya no se necesitan soldados. Hija mía, esta tarde vendrán aquí algunos amigos para que bailen la sardana y te distraigan un rato. ¿Por qué no sigues tu lectura?
Y luego puso en manos de su hija un tomo, que era la primera parte del Quijote, el cual abrió ella por donde lo tenía marcado, comenzando a leer tranquilamente.
Nomdedeu llevándome junto a la ventana, me dijo:
- La idea de la guerra y del bombardeo le causa mucho horror. Es natural que así sea, puesto que de una fuerte y dolorosa impresión de miedo proviene su desorden nervioso y la pasión de ánimo que la tiene en tan lamentableestado. En el segundo sitio, amigo Andrés, puedo decir que perdí a mi querida niña, único consuelo mío en la tierra. Ya sabes que llego aquí el bárbaro Duhesme a mediados de Julio del año pasado, cuando dijo aquellas arrogantes palabras: El 24 llego, el 25 la ataco, la tomo el 26 y el 27 la arraso. Hombre que tales bravatas decía, igualándose a César, era forzosamente un necio. Llegó en efecto, y atacó, pero no pudo tomar ni arrasar cosa alguna, como no fuese su propia soberbia, que quedó por tierra ante esos muros. Tenía 9.000 hombres, y aquí dentro apenas pasaban de 2.000, con los paisanos que se habían armado a toda prisa. Duhesme puso cerco a la plaza, y abiertas trincheras entre Monjuich y los fuertes del Este y Mercadal, el 13 empezó a bombardearnos sin piedad. El 16 intentaron asaltar el Monjuich, pero sí... para ellos estaba. El regimiento de Ultonia lo defendía... Pero voy a mi objeto. Como te iba diciendo, mi pobre niña perdió el sosiego, y su espanto la tenía en vela de día y de noche, cuyo estado de excitación, junto con la resistencia a tomar alimento, la puso a punto de morir. Figúrate mi pena y la de mi sobrino. Porque he de advertirte que yo tenía un sobrino llamado Anselmo Quixols, hijo de mi hermana doña Mercedes, residente en La-Bisbal.
"No sé si sabrás que mi hermana y yo teníamos concertado casar a Anselmo con Josefina, enlace que era muy agradable a entrambos muchachos, porque desde algunos meses antes habían gastado algunas manos de papel en escribirse cartas, y díchose mil amorosas palabras en honesto lenguaje. Entonces vivíamos en la calle de la Neu, muy cerca de la plaza. El día 15 habíamos bajado al portal, donde nos creíamos más seguros del bombardeo, y estábamos comiendo en compañía de Anselmo, que por breve rato dejó el servicio para venir a informarse de nuestra situación. ¡Ay, amigo Andrés! ¡Qué día, qué momento! Una
bomba penetró por el techo, atravesó el piso alto, y horadando las tablas cayó en el bajo, donde al estallar con horrible estruendo causó espantosos estragos. Anselmo quedó muerto en el acto atravesado el pecho por un casco, mi fámulo fue mortalmente herido, y la señora Sumta también aunque sin gravedad. Yo recibí un golpe, y sólo mi hija quedó aparentemente ilesa; pero ¡qué trastorno en su organismo!, ¡qué desquiciamiento, qué horrible perturbación en su pobre alma! La horrenda explosión, el súbito peligro, la muerte de su primo y futuro esposo, a quien recogimos del suelo en el momento de expirar, el riesgo que corríamoscon el incendio de la casa hirieron con golpe tan rudo su naturaleza endeble y resentida, que desde entonces mi hija, aquella muchacha amable, graciosa y discreta dejó de existir, y en su lugar dejome el cielo esta desvalida y lastimosa criatura, cuyos padecimientos más me duelen a mí que a ella propia; esta vida que se me va aniquilando entre el dolor y la melancolía, sin que nada puede reanimarla. En el primer momento de la catástrofe, Josefina se quedó como si hubiera perdido la razón. A pesar de nuestros esfuerzos por sujetarla, salió corriendo a la calle, y sus lamentos dolorosos detenían al pasajero y contristaban al invencible soldado. Seguímosla, y llamándola sin cesar con las palabras más cariñosas, intentábamos llevarla a sitio seguro donde se tranquilizase, pero Josefina no nos oía. En su cerebro agitado por hirviente excitación reinaba el silencio absoluto.
"Yo creí que no sobreviviría a aquel trastorno; pero ¡ay, Andresillo!, vive gracias a mis cuidados, a mi vigilante y previsor estudio por salvarla. Ha permanecido en cama todo el invierno. Ya ves cómo está. ¿Vivirá? ¿Alargará sus tristes días hasta el verano? ¿Podrá salir de Gerona dentro de algunos meses, si resistimos el asedio y se van los franceses? ¿Qué suerte nos destina Dios en los días que vienen? ¡Pobre niñita mía! Inocente y débil, sufrirá los horrores del sitio tal vez mejor que nosotros los fuertes. No sé qué daría porque esta situación terminara pronto, permitiéndome salir una temporada de campo con mi pobre enferma Pero figúrate lo que dirían de mí, si ahora escapase de Gerona. No lo quiero pensar. Me llamarían cobarde y mal patriota. En verdad, muchacho, que no sé cuál de estos dos calificativos me lastima más. ¡Cobarde o mal patriota! No... aquí, Sr. de Nomdedeu, señor médico del hospital, aquí, en Gerona, al pie del cañón, con la venda en una mano y el bisturí en la otra para cortar piernas, sacar balas, vendar llagas y recetar a calenturientos y apestados. Vengan granadas y bombas... Puede que se muera mi hija; puede que la débil luz de esta
lamparita se apague, no sólo por falta de aceite, sino por falta de oxígeno; morirá de terror, de consunción física, de hambre; pero ¡qué vamos a hacer! Si Dios lo dispone así...
Diciendo esto, D. Pablo, vuelto hacia los cristales del balcón, se limpiaba las lágrimas con un pañuelo encarnado tan grande como una bandera.
Por la noche, después de hacer la guardia en la Torre Gironella, volví a mi alojamiento y me encontré con una novedad. Pichota había parido, sí, señores, y la familia deque orgullosamente me consideraba jefe, estaba aumentada con tres criaturas, a las cuales era preciso mantener. No sé si he hablado a ustedes de Pichota, hermosa gata parda con manchas, a quien los tres muchachos profesaban un amor sin límites. Perdóneseme el descuido por no haberla mencionado antes, y ahora sólo falta decir que al ver los tres retoños que nos había regalado, dije a Siseta:
- Es preciso que dos de estos caballeritos sean arrojados al Oñá, porque no estamos para mantener a tanta gente. Luego que acaben de mamar, será preciso una ración diaria para alimentarlos, y dicen que vamos a andar escasos.
- Déjalos, hombre - me respondió - . Dios dará para todos, y si no que se lo busquen ellos mismos. No faltará qué comer en Gerona. Los cerdos no se meterán con ustedes, y hasta me parece que no se atreverán a asomar las narices por acá.
- ¿Quia, qué se han de atrever? - exclamé yo con festiva ironía - . Nos tienen mucho miedo. Sube conmigo a la Torre Gironella, y verás los mosquitos que andan allá por Levante y Mediodía. Franceses en San-Medir, Montagut y Costa-Roja, franceses en San Miguel y en los Ángeles, y por variar, franceses en Montelibi, Pau y el llano de Salt. Ya verás, prenda mía. Aquí somos seis mil quinientos hombres que no bastan para empezar y tenemos unas murallitas... ¡qué obras, válgame Dios! Da miedo verlas. Figúrate que cuando los lagartos corren por entre las piedras, estas se mueven y dan unas contra otras. No se puede hablar recio junto a ellas, porque con el estremecimiento del sonido, se caen de su sitio. En fin, yo no sé lo que va a pasar cuando abran batería los franceses y empiecen a bombardearnos.
La señora Sumta, ama de gobierno de don Pablo Nomdedeu, que solía bajar a darnos conversación en sus ratos de ocio, metió su hocico en nuestro diálogo, diciendo:
- Tiene razón Andrés. Las murallas de los fuertes parecen una almendrada hecha con azúcar sin punto. Mi difunto esposo, que de Dios goce, y que hizo la campaña del Rosellón contra la República de los cerdos, me decía varias veces: "Si no fuera porque está allí San Fernando de Figueras con sus murallas de diamante, y aquí los gerundenses con sus corazones de acero, todas las plazas del Ampurdán caerían en poder de cualquier atrevido que pasase la frontera". En fin, lo de menos será la piedra, con tal que haya hombres de pecho y un buen español que sepa mandarlos. ¿Y qué me dice usted, Sr. Andresillo,de ese encanijado gobernador que nos han puesto?
- D. Mariano Álvarez de Castro. Este fue el que no quiso entregar a los franceses el Monjuich de Barcelona. Dicen que es hombre de mucho temple.
- Pues no lo parece - repuso la señora Sumta - . Cuando nos mandaron acá este sujeto en febrero y le vi, al punto lo diputé por poca cosa. ¡Qué se puede esperar de quien no levanta tanto así del suelo! El otro día pasó junto a mí, y... créalo usted, no me llega al hombro. El tal D. Mariano Álvarez de Castro me serviría de bastón. ¿Le ha visto usted la cara? Es amarillo como un pergamino viejo, y parece que no tiene sangre en las venas. ¡Qué hombres los del día! Quien conoció a aquel general Ricardos, que no cabía por esa puerta, con un pecho y una espalda... Daba gusto ver su cara redondita y sus carrillos como clavellinas...
- Señora Sumta - dije riendo - , cuando los generales tengan un oficio semejante al de las amas de cría, entonces se podrá renegar de los que sean flacos y encanijados.
- No, Andresillo, no digo eso - repuso la matrona - . Lo que digo es que sin presencia no se puede mandar. Considera tú: cuando una ve a doña Lucía Fitz-Gerard, coronela del batallón de Santa Bárbara; cuando una ve aquellas carnes, aquel andar imponente, dan ganas de correr tras ella a matar franceses. Pero dime, Siseta: ¿no estás tú afiliada en el batallón de Santa Bárbara?
- Yo, señora Sumta, no sirvo para eso - repuso mi futura esposa - . Tengo miedo a los tiros.
- Es que nosotras no hacemos fuego, hija mía, al menos mientras estén vivos los hombres. Llevar municiones, socorrer a los heridos, dar agua a los artilleros, y si se ofrece, ir aquí o allí con una orden del general; esta será nuestra ocupación. Ya les he dicho que cuenten conmigo para todo, para todo, aunque sea para llevar la bandera del batallón. De veras te digo, Andresillo, que es gran lástima no tener mejores murallas y un general menos amarillo y con algunos dedos más de talla.
Yo me reía de las cosas de la señora Sumta, mujer tan amable como entrometida, y lejos de enojarme sus barrabasadas, nos causaban sumo gusto a Siseta y a mí, mayormente al ver que en sus visitas, el ama de gobierno de D. Pablo Nomdedeu no bajaba nunca sin traer algún condumio para los huérfanos. A eso de las nueve se despidió para regresar asu alojamiento, y entonces nos dijo:
- Ya la señorita ha de estar acostada. El señor acaba de entrar, y ahora estará escribiendo su Diario de todos los días, uno al modo de libro de coro, donde va apuntando lo que le pasa. ¡Ay!, el amo confía que la niña se curará, y yo, sin ser médico, digo y aseguro que si alarga hasta que caigan las hojas, será mucho alargar... Ahora estamos empeñados en hacerle creer que la semana que viene iremos a Castellà. Sí, ¡buena temporada de campo nos espera! Bombas y más bombas. La niña no se ha de enterar de nada, y el amo dice que aunque arda la ciudad toda y caigan a pedazos todas las casas, Josefina no lo ha de conocer. Pues digo, si los cerdos aprietan el cerco como se dice, y escasean los víveres... Pero el amo tampoco quiere que la niña comprenda que escasean las vituallas. Si tenemos hambre, capaz es mi señor D. Pablo de cortarse un brazo y aderezar un guisote con él, haciendo creer a la enferma que tenemos aquel día pierna de carnero. Bueno va, bueno va. Adiós, Siseta, adiós, Andrés.
Cuando nos quedamos solos dije a mi futura, mirando a los gatillos:
- Sálvense los tres infantes de España. Si hay hambre en Gerona la carne de gato dicen que no es mala. ¡Ay, Siseta de mi corazón! ¡Cuándo nos veremos fuera de estas murallas! ¡Cuándo se acabará esta maldita guerra! ¡Cuándo estaremos tú y yo con los muchachos, Pichota y sus niños, camino de la Almunia de Doña Godina! ¿Estará de Dios que no nos sentaremos a la sombra de mis olivos mirando a las ramas para ver cómo va cuajando la aceituna?
Hablando de este modo me engolfaba en tristes presagios; pero
Siseta, con sus observaciones impregnadas de sentimiento cristiano, daba cierta serenidad celeste a mi espíritu.
El 13 de Junio, si no estoy trascordado, rompieron los franceses el fuego contra la plaza, después de intimar la rendición por medio de un parlamentario. Yo estaba en la Torre de San Narciso, junto al barranco de Galligans, y oí la contestación de D. Mariano, el cual dijo que recibiría a metrallazos a todo francés que en adelante volviese con embajadas.
Estuvieron arrojando bombas hasta el día 25, y quisieron asaltar las torres de San Luis y San Narciso, que destrozaron completamente, obligándonos a abandonarlas el 19. También se apoderaron del barrio de Pedret, que está sobre la carretera de Francia, y entonces dispuso el gobernador una salida para impedir que levantasen allí baterías. Pero exceptuando la salida y la defensade aquellas dos torres no hubo hechos de armas de gran importancia hasta principios de Julio, cuando los dos ejércitos principiaron a disputarse rabiosamente la posesión de Monjuich. Los franceses confiaban en que con este castillo tendrían todo. ¿Creerán ustedes que sólo había dentro del recinto 900 hombres, que mandaba D. Guillermo Nash? Los imperiales habían levantado varias baterías, entre ellas una con veinte piezas de gran calibre, y sin cesar arrojaban bombas a los del castillo, que rechazaron los asaltos con obuses cargados con balas de fusil. Por cuatro veces se echaron los cerdos encima, hasta que en la última dijeron "ya no más" y retiraron, dejando sobre aquellas peñas la bicoca de dos mil hombres entre muertos y heridos. No puedo apropiarme ni una parte mínima de la gloria de esta defensa porque la estuve presenciando tranquilamente desde la torre Gironella...
En todo el mes de Julio siguieron los franceses haciendo obras para aproximarse a la plaza, y viendo que no la podían tomar a viva fuerza, ponían su empeño en impedir que nos entraran víveres, de cuyo plan comenzaron a resentirse los ya alarmados estómagos.
En casa de Siseta, sin reinar la abundancia, no se pasaba mal, y con lo que yo les llevaba, unido a los frecuentes regalos del señor D. Pablo Nomdedeu, iban tirando los habitantes todos de la cerrajería. Verdad que yo me quedaba los más de los días mirando al cielo para darles a ellos lo mío; pero el militar con un bocado aquí y otro allí se mantiene, sostenido
también por el espíritu, que toma su sustancia no sé de dónde. Yo tenía un placer inmenso, al retirarme a descansar unas cuantas horas o simplemente unos cuantos minutos nada más, en ver cómo trabajaba Siseta en su casa, arreglando por puro instinto y nativo genio doméstico, aquello que no tenía arreglo posible. Los platos rotos eran objeto de una escrupulosa y diaria revisión, y la vajilla más perfecta no habría sido puesta con mejor orden ni con tan brillante aparato. En las alacenas donde no había nada que comer, mil chirimbolos de loza y lata, que fueron en sus buenos tiempos bandejas, escudillas, soperas y jarros, aguardaban los manjares a que los destinó el artífice, y los muebles desvencijados que apenas servían para arder en una hoguera de invierno, adquirieron inusitado lustre con el tormento de los diarios lavatorios y friegas a que la diligente muchacha los sujetaba.
- Mira, prenda mía - le decía yo - se me figura que no vendrá ninguna visita. ¿A qué te rompes las manos contra esa caoba carcomida y ese pino apolilladoque no sirve ya para nada? Tampoco viene al caso la deslumbradora blancura de esas cortinas desgarradas, y de esos manteles, sobre los cuales, por desgracia, no chorreará la grasa de ningún pavo asado.
Yo me reía, y hasta aparentaba burlarme de ella; pero entretanto una secreta satisfacción ensanchaba mi pecho al considerar las eminentes cualidades de la que había elegido para compañera de mi existencia. Un día, después de hablar de estas cosas, subí a visitar al Sr. Nomdedeu y encontrele sumamente inquieto al lado de su hija, que seguía leyendo el Quijote.
- Andrés - me dijo dulcificando su fisonomía para disimular con los ojos lo que expresaban las palabras - principian a faltar víveres de un modo alarmante, y los franceses no dejan entrar en la plaza ni una libra de habichuelas. Yo estoy decidido a comprar todo lo que haya, a cualquier precio, para que mi hija no carezca de nada; pero si llegan a faltar los alimentos en absoluto ¿qué haré?, he reunido bastantes aves; pero dentro de un par de semanas se me concluirán. Las pobres están tan flacas que da lástima verlas. Amigo, ya sabes que desde hoy empezamos a comer carne de caballo. ¡Bonito porvenir! Álvarez dice que no se rendirá, y ha puesto un bando amenazando con la muerte al que hable de capitulación. Yo tampoco quiero que nos rindamos... de ninguna manera; pero ¿y mi hija? ¿Cómo es posible que su naturaleza resista los apuros de un bloqueo riguroso? ¿Cómo puede vivir sin
alimento sano y nutritivo?
La enferma arrojó el libro sobre la mesa, y al ruido del golpe volviose el padre, en cuya fisonomía vi mudarse con la mayor presteza la expresión dolorosa en afectada alegría.
En aquel momento trajo la señora Sumta la comida de la señorita, y esta, como viese un pan negro y duro, lo apartó de sí con ademán desagradable.
El padre hizo esfuerzos por reírse, y al punto escribió lo siguiente:
- ¡Qué tonta eres! Este pan no es peor que el de los demás días, sino mucho mejor. Es negro porque he mandado al panadero que lo amasase con una medicina que le envié y que te hará muchísimo provecho.
Mientras ella leía, él trinchaba un medio pollo, mejor dicho un medio esqueleto de pollo, sobre cuya descarnada osamenta se estiraba un pellejo amarillo.
- No sé cómo la convenceré de que tiene delante un bocado apetitoso - me dijo con dolor profundo, pero cuidando de conservar la sonrisa en los labios - . ¡Dios mío, no me desampares!
La señora Sumta que estaba detrás del sillón de laenferma, dijo a su amo:
- Señor, yo no quería decirlo; pero ello es preciso: de las cinco gallinas que quedaban se han muerto tres, y dos están enfermas.
- ¿Es posible? ¡La Santa Virgen nos ayude! - exclamó el doctor, chupando los huesos del pollo para animar a su hija a que imitara tan meritoria abnegación - . ¡Con que se han muerto! Ya lo esperaba. Dicen que todas las aves del pueblo se están muriendo. ¿Ha ido usted a la plaza de las Coles a ver si hay alguna gallina fresca y gorda?
- No hay más que alambres, y algunos lechuzos que dan asco.
- ¡Dios me tenga de su mano! ¿Qué vamos a hacer?
Y diciendo esto chupaba y rechupaba un hueso, saboreándolo luego con visajes de satisfacción, para ponderar de este modo a los ojos de la enferma la excelencia de aquella vianda. Pero Josefina, después de probar el seco animal, apartó el plato de sí con repugnancia. D. Pablo, sin detenerse a escribir, porque en su azoramiento y ansiedad faltábale la paciencia para recurrir a tan tardo medio, exclamó a gritos:
- ¿Qué, no lo quieres? Pues está exquisito, delicioso. Algo flaco; pero ahora se usan los pollos flacos. Así lo prescribe la higiene, y los buenos
cocineros jamás te ponen en el puchero un ave medianamente entrada en carnes.
Pero Josefina no oía, como era de esperar, y cerrando los ojos con desaliento, pareció más dispuesta a dormir que a comer. En tanto D. Pablo levantábase, y paseando por el cuarto, cruzadas las manos y con expresión de terror en los ojos, no se cuidaba de disimular su desesperación.
- Andrés - me dijo - es preciso que me ayudes a buscar algo que dar a mi hija. Gallinas, patos, palomas; ¿se han concluido ya las aves de corral en Gerona?
- Todo se ha concluido - afirmó la señora Sumta con oficiosidad - . Esta mañana, cuando fui a la formación(pues yo pertenezco a la segunda compañía del batallón de Santa Bárbara) todos los militares se quejaban de la escasez de carnes, y la coronela doña Luisa dijo que pronto sería preciso comer ratones.
- ¡Vaya usted al demonio con sus batallones y sus coronelas! ¡Comer animales inmundos! No, mi pobre enferma no carecerá de alimento sano. A ver: busquen por ahí... pagaré una gallina a peso de oro.
Luego volviéndose a mí, me dijo:
- Cuentan que se espera un convoy de víveres en Gerona, traído por el general Blake. ¿Has oído tú algo de esto? A mí me lo dijoel mismo intendente D. Carlos Beramendi, aunque también se manifestó que dudaba pudiera llegar felizmente aquí. Parece que están en Olot con dos mil acémilas, y todo se ha combinado para que salga de aquí D. Blas de Fournás con alguna fuerza, con objeto de distraer a los franceses. ¡Oh!, si esto ocurriera pronto y nos llegara harina fresca y alguna carne... Si no, dudo que nos escapemos de una horrorosa epidemia, porque los malos alimentos traen consigo mil dolencias que se agravan y se comunican con la insalubridad de un recinto estrecho y lleno de inmundicias. ¡Dios mío! Yo no quiero nada para mí; me contentaré con tomar en la calle un hueso crudo de los que se arrojan a los perros, y roerlo; pero que no falte a mi inocente y desgraciada enfermita un pedazo de pan de trigo y una hila de carne... Andrés ¡si vieras qué malos ratos paso en el hospital! El gobernador ha mandado que los mejores víveres que quedan se destinen a los soldados y oficiales heridos, lo cual me parece muy bien dispuesto, porque ellos lo merecen todo. Esta mañana estaba repartiéndoles la comida. ¡Si vieras qué perniles, qué alones, qué pechugas había allí! Tuve intenciones de escurrir
bonitamente una mano por entre los platos y pescar un muslo de gallina, para metérmelo con disimulo en el bolsillo de la chupa y traérselo a mi hija. Estuve luchando un largo rato entre el afán que me dominaba y mi conciencia, y al fin, elevando el pensamiento y diciendo: "Señor, perdóname lo que voy hacer", me decidí a cometer el hurto. Alargué los dedos temblorosos, toqué el plato, y al sentir el contacto de la carne, la conciencia me dio un fuerte grito y aparté la mano; pero se me representó el estado lastimoso de mi niña y volví a las andadas. Ya tenía entre las garras el muslo, cuando un oficial herido me vio. Al punto sentí que la sangre se me subía a la cara, y solté la presa diciendo: "Señor oficial, no queda duda que esa carne es excelente y que la pueden ustedes comer sin escrúpulo...". Me vine a casa con la conciencia tranquila pero con las manos vacías. Y hablando de otra cosa, amigo Andrés, dicen que al fin se tendrá que rendir Monjuich.
- Así parece, Sr. D. Pablo. El gobernador ha ofrecido premios y grados a los seiscientos hombres de D. Guillermo Nash; pero con todo, parece que no pueden resistir más tiempo. Los que hay dentro del castillo ya no son hombres, pues ninguno ha quedado entero, y sise sostienen una semana, es preciso creer que San Narciso hace hoy un milagro más prodigioso que el de las moscas, ocurrido seiscientos años ha.
- Esta mañana me dijeron que los del castillo no están ya para fiestas; pero que el gobernador Sr. Álvarez les manda resistir y más resistir, como si fueran de hierro los pobres hombres. Diez y nueve baterías han levantado los franceses contra aquella fortaleza... con que figúrate el sin número de confites que habrán llovido sobre la gente de D. Guillermo Nash.
- No necesito figurármelo, Sr. D. Pablo - repuso - que todo eso lo tengo más que visto, pues la torre Gironella donde yo estoy, no tiene ninguna varita de virtudes para impedir que las bombas caigan sobre ella.
La enferma, levantándose de su asiento sin ser sentida, se acercó a nosotros.
- Hija mía - le dijo Nomdedeu con sorpresa y cariño a pesar de la certeza de no ser oído - tu disposición a andar me prueba que estás mucho mejor. Unos cuantos paseos por las afueras de la ciudad te pondrían como nueva. ¡Ay, Andrés! - añadió dirigiéndose a mí - , daría diez años de mi vida por poder dar diez paseos con mi hija por el camino de Salt. Por espacio de muchos meses ha permanecido en una postración lastimosa, y ahora su naturaleza, sintiéndose renacer, busca
el movimiento y quiere sacudir la mortal somnolencia.
Josefina recorría la habitación con paso ligero, y sus mejillas se tiñeron de levísimo carmín.
- ¡Oh, qué alegría! - exclamó D. Pablo - . En todo un año no has andado tanto como en estos tres minutos. Mira, Andrés, cómo se le colorea el semblante. La sangre circula, los miembros adquieren soltura y brío, la apagada pupila brilla con nuevo ardor, y una respiración cadenciosa y enérgica sale del oprimido pecho.
Diciendo esto mi amigo abrazó y besó a su hija con entusiasmo.
- Aquí tienes, insigne Marijuán - prosiguió con júbilo - el resultado de mi sistema. Todos decían: "El Sr. D. Pablo Nomdedeu, que es tan buen médico, no curará a su hija". Y yo digo: "Sí, majaderos, el Sr. D. Pablo Nomdedeu, que es un mal médico, curará a su hija". Mi hija está mejor, mi hija está buena y con unos cuantos meses de temporada en Castellà...
La enferma, en efecto, manifestaba alguna animación. Al ver las demostraciones de su padre hizo y repitió enérgicos signos que no entendí. La falta de oído habíale quitado el hábito de expresarse por la palabra, adquiriendo con esto insensiblemente la rápida movilidad facial y manualde los sordo-mudos. Sólo en casos de apuro y cuando no era comprendida, recurría instintivamente a poner en acción la lengua, exprimiendo las ideas con cierta oscuridad y siempre con rapidez y escasa armonía.
- Quiero vestirme - dijo agitando el guardapiés.
- ¿Para qué, hija mía?
- ¿No vamos esta tarde a Castellà? En el patio dos caballos... los he visto.
Nomdedeu hizo con la cabeza dolorosos signos negativos.
- Esos caballos - me dijo - son el mío y el del vecino D. Marcos, que van al matadero.
Josefina corrió a la ventana que daba al patio, volviendo luego a nuestro lado.
- Quiero salir... calle - exclamó con vehemencia.
- Hija mía - dijo D. Pablo, asociando los signos a las palabras - ya sabes que ha llovido. Están los pisos llenos de fango. No te sentará bien. Toma mi brazo y demos unos cuantos paseos, de la sala a la cocina y de la