Steven Kellogg

"Jack y las habichuelas. Summary"

Había una vez un niño llamado Juan.

Él vivía en una casita pequeña junto a su madre. Esta casita estaba en el borde de un pequeño pueblo, donde la gente se dedicaba principalmente a la agricultura. Aunque Juan y su madre eran personas muy buenas y trabajadoras, la suerte no estaba de su lado. La vida de ellos era muy difícil, y casi no les quedaba comida. Todos los días, la madre de Juan miraba con tristeza sus estantes vacíos, y Juan no sabía cómo ayudar. Su situación económica empeoraba cada vez más, y parecía que no había una salida. Toda la casa estaba llena de silencio y tristeza.

Lo único valioso que tenían era una vaca vieja, a la que Juan quería mucho. Esa vaca antes daba mucha leche, y durante muchos años esa leche fue la principal fuente de ingresos para ellos. Vendían la leche a los vecinos y, con el dinero, compraban comida. Pero ahora la vaca era vieja y ya no podía dar leche, por lo que ya no les servía. Juan miraba a la vaca con tristeza, entendiendo que sin ella todo sería aún más difícil. Un día, la madre de Juan, llorando, le dijo: "Juan, ya no tenemos nada para comer y tenemos que vender nuestra vaca. Es nuestro único bien valioso. Debes ir al mercado y venderla. Con el dinero, compraremos comida y, quizás, podamos sobrevivir un poco más."

Juan no quería despedirse de la vaca, porque era como una amiga para él, pero entendía que su madre tenía razón. Estaban en una situación desesperada y no tenían otra opción. Él tomó una cuerda, la ató al cuello de la vaca y se puso en camino. Juan caminaba despacio, despidiéndose de la vaca en su corazón a cada minuto. En su mente, pensaba en cómo él y su madre sobrevivirían después de venderla. Esperaba conseguir un buen dinero por la vaca, suficiente para comprar mucha comida y, tal vez, hasta algunas cosas nuevas para la casa. El camino al mercado era largo, y los pensamientos de Juan no dejaban de girar en su cabeza, pensando en lo difícil que era la vida y lo injusto que era el destino con ellos.

El camino al mercado pasaba por un bosque. Los árboles eran altos, y parecía que el bosque estaba lleno de misterios. Juan ya había pasado por allí muchas veces, pero ese día el bosque leparecía diferente, tal vez porque su corazón estaba pesado. De repente, en medio del camino, apareció un viejo extraño. Este viejo era muy inusual: tenía el pelo largo y gris, una barba espesa y ojos penetrantes, que parecían sabios y, al mismo tiempo, misteriosos. Él miró a Juan y a su vaca y le preguntó: "¿A dónde llevas a tu vaca, muchacho?" Juan, que no estaba acostumbrado a hablar con extraños, respondió honestamente: "Voy al mercado a venderla. Somos muy pobres y necesitamos comprar comida."

El viejo sonrió astutamente y dijo: "¿Por qué vas al mercado? Tengo algo mucho mejor para ti que el dinero." Juan, intrigado, le preguntó con curiosidad: "¿Qué es?" Entonces el viejo sacó de su bolsillo cinco frijoles pequeños y se los entregó a Juan. "Estos no son frijoles comunes," dijo el viejo. "Son frijoles mágicos. Si los plantas, crecerán en algo increíble. Te los cambio por tu vaca." Juan se sorprendió y se quedó algo confundido: ¿cómo unos frijoles que parecían tan comunes podían ser mágicos? Pero el viejo continuaba asegurando que esos frijoles le traerían más beneficios que cualquier cantidad de dinero.

Juan pensó mucho tiempo, pero al final, decidiendo que no tenía nada que perder, aceptó. Cambió su vaca por los frijoles mágicos y corrió a casa, esperando que algo maravilloso sucediera. Cuando llegó a casa, mostró los frijoles con entusiasmo a su madre, esperando que ella se impresionara. Pero su madre estaba muy molesta y furiosa.Juan, vendiste nuestra última vaca por unos frijoles!" - gritó ella. "¡¿Qué has hecho?! ¡Ahora no tenemos ni vaca, ni dinero, ni comida!" En su rabia, ella lanzó los frijoles por la ventana y entró a la casa llorando de desesperación. Juan también se sintió muy triste. Pensaba que había hecho algo bueno, pero ahora dudaba de su decisión. Se fue a dormir con hambre y tristeza, mientras su mente estaba llena de pensamientos confusos: quería creer que el viejo tenía razón, pero ahora todo le parecía un error.


Sin embargo, a la mañana siguiente ocurrió algo increíble. Cuando Juan se despertó, notó una luz extraña entrando por la ventana. Se acercó a la ventana y, con sorpresa, vio que afuera había crecido una enorme planta de frijoles. Era tan alta que subía directamente al cielo, desapareciendo entre las nubes. Juan no podía creer lo que veía. ¡Era un verdadero milagro! Los frijoles que su madre había arrojado porla

ventana habían crecido durante la noche, y ahora había una planta de frijoles gigante frente a él, que parecía mágica.

Juan estaba lleno de curiosidad. Decidió trepar por la planta para descubrir qué había en la cima. Comenzó a subir, y cuanto más subía, más crecía su asombro. La planta de frijoles parecía no tener fin, y Juan sentía que subía por una eternidad. Pero no se detenía, ni por el cansancio, ni por el miedo - sabía que algo extraordinario lo esperaba allá arriba. Después de varias horas, Juan finalmente llegó a la cima.

Al llegar, encontró un lugar increíble. A su alrededor, había nubes blancas, y entre ellas, había una enorme casa que parecía un palacio. Esta casa era tan grande que Juan se sintió muy pequeño. Se acercó y miró hacia dentro. En la casa vivía una gigante, la esposa del gigante. Ella era enorme, pero al ver a Juan, no se asustó, sino que sintió lástima por él y lo invitó a entrar. Juan estaba hambriento y cansado después de su largo viaje, y la gigante, siendo una mujer bondadosa, le dio de comer. Ella lo escondió con cuidado, porque sabía que su marido, el gigante, regresaría pronto a casa, y él era muy malvado y peligroso.

Cuando el gigante regresó a casa, inmediatamente comenzó a olfatear y gritó con su voz aterradora: "¡Fee-fi-fo-fum! ¡Huelo a un ser humano!" Sus enormes pasos hacían temblar la tierra, y Juan se escondió, conteniendo la respiración.

El gigante continuó olfateando con furia, mirando a su alrededor con sospecha. Caminaba por la casa, revisando cada rincón, como si estuviera seguro de que alguien se había colado dentro. El gigante era tan grande que su cabeza casi tocaba el techo, y cada paso hacía que el suelo temblara. Juan, escondido detrás de un gran armario, intentaba no hacer el menor ruido. Su corazón latía tan fuerte que parecía que el gigante podría oírlo.

"Te estás imaginando cosas, querido," dijo la esposa del gigante con calma. "Aquí no hay nadie. Siéntate y come." Ella trató de calmar al gigante poniendo frente a él enormes platos de comida: asados de vacas enteras, montones de pan y grandes jarras de vino. El gigante miró la mesa con desconfianza, pero finalmente se sentó y empezó a devorar la comida con voracidad.

Juan, aún escondido, observaba en silencio cómo el gigante comía enormes trozos de carne y pan a una velocidadincreíble. Sabía que no podía salir de su escondite hasta que el gigante estuviera completamente distraído o dormido.

Después de terminar su comida, el gigante se levantó y se dirigió a un gran baúl que estaba en una esquina de la habitación. Con un fuerte chasquido, abrió el baúl y sacó una gallina muy especial y un arpa dorada. Juan no podía creer lo que veía: la gallina no era una gallina común, sino que ponía huevos de oro. Y el arpa, tan pronto como el gigante la tocó, comenzó a tocar música por sí sola, sin necesidad de que alguien moviera las cuerdas. Era un verdadero tesoro.

El gigante puso la gallina en el suelo, y esta inmediatamente puso un huevo de oro. Luego, el gigante se sentó en su enorme silla, ordenó al arpa que tocara una melodía y pronto quedó profundamente dormido. Sus ronquidos eran tan fuertes que llenaban toda la casa, y Juan supo que esa era su oportunidad.

Juan, con mucho cuidado, salió de su escondite. Primero, se acercó a la gallina. Sabía que si lograba llevarse esa gallina mágica, nunca más él y su madre pasarían hambre. Pero también le llamó mucho la atención el arpa, que seguía tocando una melodía suave. Decidido a llevar ambas cosas, Juan tomó la gallina en una mano y el arpa en la otra, y se dirigió rápidamente hacia la puerta.

Justo cuando estaba a punto de escapar, el arpa de repente gritó: "¡Amo, ayúdame! ¡Me están robando!" El gigante se despertó de inmediato, sus ojos llenos de ira. Al ver a Juan corriendo con su arpa y su gallina, el gigante rugió: "¡Vuelve aquí, ladrón miserable!" Se levantó de un salto, y sus pasos resonaron en toda la casa, como truenos.

Juan corrió tan rápido como pudo, aferrándose a la gallina y al arpa. Sabía que tenía que llegar al tallo de frijoles antes de que el gigante lo alcanzara. Cuando llegó al tallo, comenzó a descender rápidamente, casi resbalando por las hojas y ramas, mientras la enorme sombra del gigante lo seguía. El gigante, siendo muy grande y pesado, tenía dificultades para bajar, y cada movimiento hacía que el tallo de frijoles se balanceara peligrosamente.

Finalmente, Juan llegó al suelo. Sin perder tiempo, corrió al cobertizo donde guardaba un hacha. Desesperadamente, comenzó a cortar el tallo de frijoles con todas sus fuerzas. El gigante ya estaba a medio camino cuando, conun último golpe, Juan logró derribar el tallo. El gigante perdió el equilibrio y cayó desde lo alto, estrellándose en el suelo con un gran estruendo, desapareciendo para siempre.


El tallo de frijoles también cayó, pero Juan estaba a salvo, sosteniendo en sus manos la gallina mágica y el arpa de oro. Volvió a su casa y

mostró a su madre lo que había traído. La madre de Juan no podía creerlo cuando vio que la gallina ponía un huevo de oro. Con esos huevos, ellos nunca más fueron pobres.

Gracias a la gallina mágica, Juan y su madre se volvieron muy ricos. Construyeron una gran casa, donde siempre había comida y abrigo. Vivieron felices y nunca más tuvieron que preocuparse por el hambre o la pobreza. Juan creció para ser un hombre fuerte y sabio, y comprendió que, a veces, la suerte puede llegar de maneras inesperadas, pero siempre es importante ser valiente y tomar decisiones con el corazón.

A pesar de su nueva riqueza, Juan y su madre siguieron viviendo de manera humilde y ayudando a sus vecinos cuando lo necesitaban. Juan nunca olvidó lo que era ser pobre y estar desesperado, y siempre se mostró generoso con quienes lo rodeaban.

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